jueves, 28 de agosto de 2014

El lenguaje de las palomas

Agamben sostiene que hay una diferencia entre el hombre y el animal. Una distancia lingüística irreductible. Mientras el animal permanece en un nivel semiótico, el hombre practica un uso del lenguaje superador.Lo distintivo entre el hombre y el animal sería comunicativo: el hombre compone mensajes significativos; el animal apenas responde a signos.   La segunda distancia es genética: el lenguaje animal está programado; no hay aprendizaje que medie su adquisición; el hombre, en cambio, aprende a usarlo. Otra vez, Benveniste y sus delfines.

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Palomar plantea que nos ocupamos demasiado de la comunicación humana, pero si nos ocupamos de la zoosemiótica, nos sumergimos en un universo donde hay más preguntas que respuestas.

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Frisch explica que el sistema de comunicación más notable es el de las abejas: "el mensaje que la abeja exploradora y cargada de botín transmite a sus compañeras al regresar a la colmena es un instrumento a base de danzas o bailes rítmicos ejecutados en las paredes verticales de los panales. Dependiendo de la situación y distancia de la fuente de aprovisionamiento, realizará la abeja dos tipos de danza: la danza en círculo y la danza en semicírculo. Si la fuente está dentro de los 100 metros del radio de acción en torno de la colmena, la abeja ejecuta la "danza del círculo", mientras que para distancias más largas, ejecutará la 'danza del semicírculo'".

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Las abejas, cuando cargadas regresen a la colmena, ejecutarán a su vez nuevas danzas, manteniendo así a la colmena en una viva agitación. ¿Para qué? Para nada. Danzan sin semiótica de por medio. Para nada. Son como las palabras que escribimos: pura danza para nada.

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¿Y qué significan esas danzas? ¿Cómo estar tan seguros de que no se dicen algo luego del botín? ¿O efectivamente es una danza para nada, sin semiótica de por medio, y se convierten en pura escritura que baila? ¿Escriben en el panal lo que aún se llama 'literatura' en el mundo de lo humano?

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Dentro de la especie "apis mellifica" se encuentran dos grupos fundamentales de abejas: las negras europeas y las amarillas o abejas italianas. Aunque parezca mentira, las dos razas tienen variantes en sus sitemas de comunicación. Metafóricamente los especialistas aseguran que son variedades dialectales. ¿Por qué metafóricamente?

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Ahora bien, ¿qué pasa si se obtienen híbridos entre ambas razas? Las conclusiones a las que llegan los especialistas confirma la teoría de Von Frisch (1962). Los descendientes con las marcas amarillas ejecutan casi siempre la 'danza de la hoz'. En uno de los experimentos de dicho autor, 16 híbridos de gran parecido con su progenitor italiano utilizaron la danza de la hoz para indicar distancias entre los 10 y 100 metros, en una proporción 65 veces  de 66; en tanto que 15 híbridos que se parecían a su progenitor europeo usaron la danza en círculos para los mismos menesteres, 47, de 49.  Esas tres veces que las abejas escaparon al patrón comunicativo por determinación genética, ¿escribieron? Y nosotros, cuando escribimos, ¿nos convertimos en abejas híbridas?

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Un español asegura que "no está nada claro que no haya algo así como un lenguaje animal y parece, por lo tanto, que no es posible excluir que los animales tengan una cierta inteligencia semejante a la humana. Si esto fuera así, la distinción entre el hombre y el animal no sería esencial, sino gradual". Pienso que leyó a Deleuze para llegar a esta conclusión.

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Pavlov puso a un mono en medio de un lago para que comiese a partir de un sistema con comida dentro de un cubo. Le prendió fuego el barco para ver si el mono se daba cuenta de que podía apagar el fuego usando el balde para sacar el agua del lago y después seguir comiendo. El mono no lo hizo. No queda claro qué pasó con el mono, pero Pavlov descubrió que la vida animal funciona en base a un sistema de señales que se estructura según signos sensibles que condicionan reflejos fisiológicos. Entendió que el mono no tiene una idea general, abstracta, del agua como tal; en el nivel en que se sitúan los antropoides no se produce aún la abstracción de las propiedades específicas de los objetos como para que el mono entendiese que el agua le podía hacer apagar el fuego. ¿Y si al mono le faltó tiempo para aprenderlo? La ciencia de Pavlov no se pregunta eso. Pero concluye que "el hombre es el único capaz de librarse de lo meramente sensitivo". Somos especiales de tan diferentes: los mejores, porque pensamos.

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Según el experimento de Pavlov, el simio no capta las diferencias individuales: "lo característico de la verdadera abstracción es captar lo común sin dejar de ver las diferencias individuales". Ese es el método de lectura de Pavlov de sus experimentos.

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Otras experiencias demuestran, por el contrario, que la capacidad lingüística del simio es mucho más alta de lo que se había supuesto, hasta el punto de que no se la puede distinguir esencialmente de la humana.

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Si bien el lenguaje de un antropoide no es vocal, sí puede aprender a usar diversos signos ópticos, táctiles y visuales correspondientes a palabras. Así, llegan a construir frases por combinación de estos signos: incluso inventan frases complejas para comunicarse, que no han sido enseñadas, para conseguir lo que desean.

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En la selva, los simios  diferencian individualidades por sus distinciones en los timbres de voz. Gritan para saber la distancia en que cada uno está del otro. Pero también para transmitir informaciones útiles sobre el lugar en que se encuentran. ¿Qué se dirán precisamente entre esos gritos? ¿Habrá alguno que solo grite para nada y, de ese modo, escriba como la abeja una danza para nada, aunque esto parezca delirante? Algún día, quizá, lo entendamos.

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Científicos de la universidad de Indiana descubrieron y comprobaron que los loros tienen un sistema de vocalización similar al humano por la capacidad de flexibilidad y articulación de su lengua. La lengua del loro puede moverse como la del humano.

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Además de su sistema parlante, los loros tienen un sistema de comunicación corporal que lo complementa para indicar estados emocionales. Sin embargo, esto no les impide transmitir mensajes lingüísticos para interactuar con el mundo de los humanos. Los loros pueden traducir sus deseos y emociones en palabras que aprenden.

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Sin embargo, dicen, los loros disocian aquello que hablan de lo que piensan. No conectan los dos planos, aseguran. ¿Pero desde cuándo los humanos conectan siempre el habla y el pensamiento?

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No encontré nada sobre el lenguaje de las palomas.

lunes, 10 de marzo de 2014

Una potencia que aparece. Francisco Luis Bernárdez

Cuando dictaba un taller de escritura y de lectura en Leones, una vez, Amanda, una de las lectoras más atentas del curso, planteó la necesidad de volver a esa poesía que le enseñaban cuando era chica, en la escuela, como la de Rubén Darío, Alfonsina Storni o la de Fernández Moreno, por ejemplo. Decía y sonreía. Los comparaba, por alguna razón que nunca comprendí, con Benedetti. Mi excesiva fijación con ciertos poetas del S XIX europeo, de la vanguardia latinoamericana y de los más actuales, tal vez, había provocado en Amanda una reacción que la llevaba a desear que leyéramos esas poesías que le habían enseñado a leer. Para mí no era un desafío demasiado alejado. Todo lo contrario. Aún en plena década de los noventa, muchos de esos poetas que a ella le habían enseñado a leer poesía habían sido los que a nosotros, en el pueblo,  nos habían enseñado a leer. Por eso, intentaba siempre llevar al taller (sic) algo que saliera de ese canon, que produjera una leve disonancia con esos parámetros estéticos a los que, presuponía, estaban acostumbrados. La reacción de Amanda no era una excepción, un caso, sino una petición grupal escondida. Porque entre quienes asistían al taller, los versos modernistas y románticos eran los que generaban comunidad sensible. De modo que comprendí que aquéllo era un reclamo grupal. Al principio, me concentré en argumentar todas las objeciones para esos carriles de lectura que el grupo parecía exigir, pero, finalmente, cedí cuando comprendí que ellos habían elegido, a pesar de mi pequeño intento de contracanonizar lo que en esas tierras era lo corriente, habían elegido volver y quedarse con lo conocido. Había sido vencido, ¿y quién era yo, al fin de cuentas, para imponerles una sensibilidad?

Sin embargo, algo muy particular llamó mi atención. Un escritor como Francisco Luis Bernárdez era prácticamente desconocido para sus cánones escolares. Decidí, entonces, probar con él. Compilé una serie de sonetos y otros poemas modernistas, otros más ultraístas, y lo llevé. Algo que me parecía fascinante: que lejos de la programática castradora y cerrada de una escritura, en Bernárdez, aparecían diversas modulaciones de la escritura poética, aunque siempre, siempre, con algo que se repetía en esas diferencias, y que nunca supe muy bien qué era, pero que me encantaba. Ahí encontramos un punto de contacto con el grupo del taller. Algo que había en Bernárdez que nos convencía tanto a ellos como a mí de una potencia interesante para leer. 

Francisco Luis Bernárdez, tal vez atravesó más de una circunstancia desfavorable como para que no circule con facilidad dentro del canon escolarizado de poesía, a pesar de tener todas las condiciones para hacerlo: una simpleza conceptual, una moral del sufridismo  y una "poética" en apariencia, "convencional". Recuerdo que casi ningún manual, hasta entonces, al menos, llevaba sus poemas. De alguna manera, creo que esas condiciones desafortunadas, son las mismas que determinaron su poca atención en la academia y en la poesía  nacional, a pesar de que muchos de sus versos, incluso hoy, se vendan como regalos en millones de tarjetitas populares en las que sigue circulando y que, cuando nos encontramos con ellos, aún hoy nos conmuevan. Pienso en dos circunstancias concretas que lo condenaron:  asumir su catolicismo y haber sido un diplomático del poder de turno. Y ahora, intuyo que esa popularidad mercantil de su circulación debe considerarse una tercera circunstancia desfavorable.  Es cierto que esas tres condiciones vitales se han vuelto para ciertas morales sensibles y distinguidas, indigeribles. Lo cierto es que, de todos modos, la escritura de Francisco Luis Bernárdez reaparece en diversos lugares para recordarnos su potencia. 

La última vez que se me presentó fue en una librería de usados en calle Santiago y Urquiza, en una edición original de 1947 por Losada de su libro Las estrellas. Lo llevé a casa y comencé a leerlo. Lo que escribo ahora es producto de ese rencuentro. 

Barthes sostuvo alguna vez que la alegoría es un lugar donde circula el poder, lo que generó que ese recurso retórico cayera en desgracia hasta nuestros días, reemplazado, por la alusión epifánica o por un materialismo de lo real. Quizá por sus circunstancias vitales, la alegóresis -y muchas veces también el símbolo- sean los recursos predilectos de Bernárdez. Pero, lejos de generar una moralización funcional al poder, que en muchos de sus poemas pareciera conceptualmente clara, siempre hay algo en su escritura -sobre todo en los sonetos y en ese invento estrófico compuesto por versos de 22 sílabas que traspasa el límite de la percepción del verso como prosa que algunos manuales prescriben-, siempre hay una especie de fuerza que nos arrastra, irrefrenablemente. 

Hay algo más allá de las analogías alegóricas que tensiona la metafísica del catolicismo ortodoxo; una especie de economía de las cosas y de lo vivido que le da una potencia irracional a su voz. Se trata de la incesante apelación a una inmaterialidad que se hace materia y visceversa. Una voz que se orquesta en esa tensión sin resolverse y que no es meramente metafísica o cristiana, sino que reenvía al reciclaje de la vida bajo la apariencia de un esquema alegórico y divino.  

Y así surge un pathos, podríamos decir en el intento por hacer comprensible lo que no se puede, que se hace voz propia y extrema por la cual sale una Bestia conmovedora que trota y lucha en el lenguaje de los poemas y que nos arrastra hasta cazarnos. Y esto, incluso, en sus pobrísimos poemas laudatorios. Es un poder irreductible a cualquier moral prescriptible de lo literario, pero también a cualquier ética de lo humano o de lo social y político, que abre la posibilidad de hacer de la poesía una apertura siempre más allá de su más acá en sí misma. Algo por lo cual llegamos a convencernos de que todo es posible en poesía y, por lo mismo, así, obtura cualquier posibilidad de racionalizar lo que allí sucede y nos atrae. 

Me parece que ese pathos donde se juega la voz entre lo material y lo inmaterial, es lo que determina que la circulación de Bernárdez siga produciéndose, aún hoy, en la misma tensión: popularmente editado por la empresa de tarjetería, inédito en  el mercado de poesía local del presente, desconocido en el canon escolar, pero aún sobreviviente en los libros que quedan por allí desperdigados y con los que seguimos encontrándonos. En definitiva, una potencia que, cada tanto, aparece. 

miércoles, 29 de enero de 2014

El Sur XIII

Los pingüinos se entierran en los nidos. Otros van y vienen desde y hacia el mar. Son puntos negros en la arena. Nos dijeron que te arrancan los pedazos si hay tormenta eléctrica. Que te cuides de atrás, las piernas sobre todo. No pueden ser así. Salvo que, alguna vez, los rayos sobre el mar, encendidos y caóticos, les saquen una bestia incontrolable que les de tanto hambre como para tragarse el mundo.